Junto a la isla del Portitxol encontramos un pequeño islote, el Escull de Sant Pere o como también lo conocen muchos buceadores, María Claudia.
Hace unos días nos dirigimos a bucear hacia allí. Teníamos un día fenomenal en lo que a meteorología se refiere. Mucho sol, nada de viento y la mar de Xábia como un plato de modo que saliendo desde el puerto enfilamos la embarcación hacia el sur en busca del Escull de Sant Pere donde amarramos la embarcación a una boya de fondeo. El luminoso día no iba a tener su equivalente bajo el agua ya que desde superficie se adivinaba que ahí abajo no íbamos a encontrar precisamente una visibilidad excepcional. Pero vaya, con las ganas que teníamos de bucear no nos íbamos a detener por esa eventualidad, una mala tarde la tiene cualquiera, que diría el torero.

Agua turbia pero buceo entretenido
Tras saltar al ruedo, digo al agua se confirman nuestras sospechas. La consigna del grupo es permanecer bien juntos para que nadie quede rezagado y se pueda perder. Vamos descendiendo en un agua entre verde y marrón que casi se podía cortar con el cuchillo, de espesita y densa que estaba. La visibilidad iba de 1 a 2 metros, muy muy justita así que hoy tendríamos práctica no programada de orientación. Menos mal que esta inmersión se presta para ello al consistir esencialmente en girar alrededor del islote, buscando la cota que nos interese y seguir escrupulosamente las indicaciones de la brújula.

Buceo para ver nudibranquios y otra vida pequeña
Nada más bajar y con la conformidad de todo el grupo iniciamos el recorrido y enseguida a unos -11mts encontramos la entrada a la chimenea que atraviesa el islote, una excelente referencia a través de la que pasamos y desde donde se podía disfrutar de prácticamente la única panorámica que íbamos a tener en toda la inmersión gracias al contraluz que genera. Salimos y continuamos forzando la vista en los huecos que a lo largo del camino vamos encontrando en un rastreo casi canino en busca de vida y así encontramos algún pulpo en su guarida, grupos de anaranjados tres colas, colonias de pequeñas clavelinas y las siempre discretas y coloridas planarias como Prostheceraeus roseus.

En fin, vida sobre todo bentónica que era la que casi exclusivamente podríamos distinguir pues aunque un tiburón ballena hubiera pasado rozándonos con su aleta no lo hubiéramos distinguido de nuestro compañero. De modo que como las circunstancias aconsejaban fijarse en los detalles, al detenernos pacientemente en una anémona pudimos delatar también el cangrejo que suele vivir asociado a ella. En general no fue una mala inmersión, nada de eso, fueron 53 minutos de un entretenido ejercicio en el que pusimos a prueba nuestra orientación y en el que disfrutamos, eso sí de otra manera, de las ingrávidas sensaciones que sólo el buceo nos ofrece, incluso cuando no hay casi visibilidad.
